22.11.05

el veinteañero que llevo dentro

Se supone que todos tenemos un niño interior, unos en mayor medida que otros, y que a ese enano uno lo puede sacar a pasear y alivianarse el espíritu, además de servir para echarle la culpa de vez en cuando.
Yo estoy seguro de que mi caso es al revés... el que escribe es un pendex que tiene adentro un cabro de 21, que de tanto en tanto sale a tomar aire.
El problema es que como el cabro chico lleva la batuta, a veces deja mal parado al veinteañero, que está reclamando más protagonismo, mal que mal es el hermano grande y parece que ya es la hora de invertir los papeles. Viven juntos y, la mayoría del tiempo, en paz. Pero puta que cuesta que se pongan de acuerdo.
Por ejemplo el veinteañero, preocupado de su salud, se puso a hacer ejercicio y tratar de comer sano. pero al cabro chico le gusta mucho comer estupideces, y a veces se arranca y se manda unos atracones cargados al colesterol. El problema es que, como al veinteañero además le gusta la cerveza, los dos se están poniendo un poco guatones.
Al cabro chico no le gusta estudiar. Pero al grande tampoco, así que da lo mismo.
El veinteañero sabe que tiene que levantarse temprano para hacer cosas, pero el cabro chico es bueno para quedarse hueveando hasta tarde, así que difícilmente se despiertan a la hora y cuando logran hacerlo, andan con sueño todo el día. Eso sí, como el cabro chico es tincado, cuando algo le gusta de verdad se siente comprometido e incluso es capaz de madrugar.
Al cabro chico le gustan casi todas las minas pero, aconsejado por el de 21, trata de concentrarse en una o dos. Pero más allá de hacerse el simpático y conseguir un par de salidas, no avanza mucho más. No se atreve a meterse en relaciones en serio porque tiene terror a que no le resulten. El muy gil deja pasar oportunidades constantemente, pero no sé si ese es el grande o el chico.
El veinteañero sabe que algo no anda bien con él... quizás el mismo hecho de sentirse postergado. De hecho consideró ir al psicólogo, pero el cabro chico no quiere llamar a ninguno, le da algo así como lata, pero es más parecido al miedo. Los niños siempre tienen muchos miedos.
El cabro chico es mañoso, cuida su lugar y no le deja muchos espacios al veinteañero, que es harto más maduro y cede constantamente, porque ya cacha que no se puede andar peleando con un pendejo, sobre todo porque ambos son, finalmente, una sóla persona.