Llevo una semana tratando de escribir este post. Es un maldito tema importante, y como siempre, siento que nunca tengo las palabras adecuadas. Si fuera poner fotos de minas, o rellenar con la última estupidez de Mr. Bush, sería otra cosa. Pero cuando no se trata de abordar trivialidades, todo se me complica... los 2.500 temores en mi cabeza son la excusa perfecta para seguir haciéndole el quite a la parte seria del mundo real.
Por eso no sé como hablar de mi viejo, aunque estoy seguro de que tengo que hacerlo. Por cierto, ahí está él, salimos los dos en la foto, en una imagen antigua que crea la falsa impresión de que tenemos algún talento para el fútbol. Y tengo que hablar de él porque sé que está triste. Porque cree que me falló a mí y a mucha gente, aunque eso no es para nada cierto. A los 53 años, mi papá estaba dando su examen de grado para sacar su título de abogado. El sólo hecho de verlo sacarse la cresta trabajando y estudiando todos estos años me provoca un orgullo inmenso. Y me da pena que todo ese esfuerzo tenga que ser validado en una instancia arbitraria, rindiendo cuentas ante tres viejos arrogantes a los que más encima hay que pagarles para ver si te consideran dignos de su aprobación.
Y no es justo. No es justo que el futuro de mi padre dependa de unos personajes a los que no volverá a ver en su vida, y tampoco es justo que la sociedad valore tanto esa puta decisión, como si versara sobre las cosas importantes. Como si un cuestionario pudiera demostrar el valor real de mi viejo, la medida de su valentía, su generosidad infinita. Como si al trío de veteranos que lo evaluó le pudiera importar que una vez siguiera con un taxi 12 cuadras a un colectivo donde se me había quedado un juguete cuando tenía 5 años. O que, en lugar de retarme, me llamara para salir a celebrar después de que me eché un ramo, para "espantar la derrota y seguir echándole pa' delante".
Yo traté de hacer lo mismo, de llamarlo y subirle el ánimo cuando me enteré que no aprobó su examen. Pero qué iba a hacer, no pude, no tengo su fortaleza... todavía no puedo tirar de él, si mi papá sigue siendo el que me levanta, el que cree en mí, el que me dice que haga las cosas bien ahora, para que no tenga que repetir sus errores. Y aunque sé que los tiene, yo creo que la vida de mi padre ha sido luminosa, patiperra, entretenida, la vida que quiero vivir también.
Porque mi viejo sigue siendo mi héroe, sin necesidad de chapitas ni títulos ni siglas al lado de su nombre. Y es a él al que quiero, no importa si gane o pierda, no importa si pasan semanas sin que lo vea. Sólo necesito saber que siempre está ahí.
Y eso es todo.